Párrafo 16.10
16.10 «El intento de un espacio, un recorrido sagrado, es acceder a planos mentales no físicos, no racionales, desde el afinamiento extrasensitivo de los elementos físicos que provocarían un ritmo cerebral eufórico o distinto. Espacios no mágicos que aprovechan los recorridos, la velocidad y la euforia que crea la desorientación espacial son repetidos cientos de veces en los parques de atracciones y en los cacharros mecánicos de los feriantes. Allí se bailan, sin invocar al espíritu del éter, las danzas sufíes dando vueltas en base a como antiguos jinetes que buscan espacios griálicos montando caballos de cartón. Hay laberintos o rutas mecánicas espaciales que provocan la risa o el llanto más allá del miedo, rompiendo la consciencia desde giros geométricos e intensidades inhabituales.»
COMENTARIO DE EL AVENTURERO
Se habla en este párrafo del conocimiento intuitivo que tenemos los humanos de todas las edades y de cualquier rincón del mundo, y desde tiempos inmemoriales, acerca del modo de escapar momentáneamente de la tiranía de la razón, de la vieja capacidad de liberarnos de la estricta, solemne y casi siempre dramática interpretación cotidiana de la realidad, acercándonos por unos instantes a la euforia y a la libertad sensorial a través de la inmersión en otros ritmos cerebrales. Aproximaciones lúdicas, festivas, donde la ingenuidad de la risa y del sencillo placer de dejarse llevar por ciertos recorridos físicos, espaciales, por ciertos desplazamientos, ritmos hipnóticos, retahílas geométricas, vértigos… nos hacen conectar con mundos interiores más próximos a lo onírico, a la fantasía, al territorio mental del ensueño.
Quien esto escribe todavía recuerda especialmente de su niñez el placer sublime de girar interminablemente sobre la blanda paja montado en un trillo tirado por dos mulas, sin duda el antecedente natural del carrusel de las ferias y de “los caballitos”. Algo hay de búsqueda no consciente de lo sagrado, de lo angélico, de lo inmaterial en todos esos juegos de aire: columpios, toboganes, güitomas, norias gigantes, montañas rusas… Añoramos tanto lo etéreo…
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6 Comentarios
Inés
1 julio, 2019El autor, hace un párrafo neuroquímico, recordando algunas maneras, en concreto aquí, las de un movimiento repetitivo, de encontrar ese estado de euforia…producido cuando la mente no piensa, cuando el cuerpo siente.
Esos estados referidos a las norias, también a músicas especialmente diseñadas para eso, en lugares diseñados, pienso en las discotecas, y sus correspondientes ritmos alienantes, pero también en ciertos mudras, también en esos versos del integrismo que deben sí o sí recitar judíos ortodoxos, o msulmanes del corán que no están pendientes del significado sino de la cantinela….también en todo lo que tenga que ver con lo militar, y militarizado, también en todo lo que tenga que ver con los ommms…
Aunque en cada uno de estos movimientos circulares más lentos, más rápidos, lentos y rápidos prolongados en el tiempo, lo que ocurre es que se activan siempre circuitos cerebrales por debajo de todo cortex,
Danzasrituales, circulares, obsesivas aparentemente, las tienen todos los seres vivos, no son exclusivas del humano. Basta irse al campo y escuchar los zumbidos de insectos, los aleteos varios…los ruídos hasta del fondo de la tierra, el rugir de alguna montaña antes de la erupción. También tiene su particular noria… ( y no porque haya una construida por nosotros) el agua y sus sonidos repetitivos, contra la roca, contra la concha contra su cauce, contra la acequia, contra la arena)…
Algunas cosas, son ciertamente provocadas y son euforia consumista, otras cosas son serias, son sabias, nunca pierden el propósito, nunca dejan de ser conscientes.
EL aventurero ha recordado una… no se que hará pero yo iría a ver si después de los años sigue pudiendo reproducir ésa sensación en ese sitio y con esa paja igual de blanda…
Yo recuerdo otra: recuerdo un día en unos grandes columpios sin ninguna seguridad, todos de madera y cuerda, en la que nuestros padres confiaban y nosotros aún más las » volanderas» o revolanderas, por supuesto que no lo encuentro «online» tendré que preguntarle a mi madre. Nunca más se supo que pasó con ellos. Con una cuerda largísima, y una polea, y asientos de madera y nuestras manitas para agarrar éramos tan afortunadas, de mirar el trampaantojo óptico de que una luna llena iba y venía cogiendo agua del mar, bajándo hasta dentro, sumergida en una vuelta en el cielo en la otra.
Ahora la gente zombie…. no se sacia con nada, ellos se van a escalar montañas altísimas y resulta que hay tanta cola!! que se mueren unos cuantos, otros se despeñan haciéndose selfies de esos, otros pisotean y estropean irreversiblemente los campos porque ahora resulta que hay que correr por todo y en todos lados, corridas masivas pisoteandolo todo porque si tenemos naturaleza es para que unos cuantos se beneficien como negocio, aventuras únicas, extremas, y si no ya,,,pues llamamos a los de la ayahuasca ( que es otra de las plagas de moda entre los niños bien) y hacemos rituales vomitivos…eso sí bien controlados menos cuando alguien la palma..en acto de servicio porque es que la mezcla de hongos y venenos…una purga en realidad, te va a enseñar algunas cosas que no sabías de tí mismo..Y es que la gente es tan masoquista!!
Rafa
2 julio, 2019Que nos adentramos en planos mentales no racionales desde el afinamiento sensitivo (de los sentidos), no sensorial (de los sentimientos), es un hecho que probablemente nos sucede con frecuencia sin ser muy conscientes de ello.
Que una manera de acceder a estos mundos o planos de aire (algunos los llaman astrales ) es la desorientación espacial, tambien es comprobable.
Otra cosa es que cuando se realice, se invoque al espíritu del eter, de la nada (donde esta todo).
Uno de los mas famosos casos de esta invocación, nos la ofrece Cervantes en el capítulo del Quijote (Clavileño), en el que se describe todo un recorrido astral.
La diferencia es que el antiguo jinete busca el espacio griálico montando no un caballo de cartón, sino un unicornio.
Un abrazo
Un abrazo
Nuba
3 julio, 2019«los ruidos hasta del fondo de la tierra, el rugir de alguna montaña antes de la erupción..»
Beucis
13 julio, 2019El alpinista, como en trance, en una obsesión permanente, sueña subidas a montañas imposibles por el lado más peligroso, siempre buscando lo difícil, siempre querer romper la frontera de lo material para llegar a otros planos soñados. Lo mismo puede ocurrir con ciclistas, jinetes, atletas de todo tipo. El hombre quiere romper sus límites, sus fronteras; busca el no tiempo, el no espacio; camina y camina tras lo que sabe que le pertenece, lo que lleva impreso en su esencialidad; danza como un giróvago sufí cabalgando monturas de cartón; vuela desde laberintos impostados.
Desde estas alfombras mágicas quiere emular a Clavileño, y es sólo un ícaro que se quema las alas porque no ha encontrado el verdadero camino que le hará cabalgar los radios de ruedas que conducen al sol. Es una búsqueda dura si se obstina en poseer lo fácil, en conseguir trofeos, pero es una búsqueda fácil si se convoca y transciende, y como caballero del rey Arturo cabalga pegasos que le llevan al grial.
Loli
16 julio, 2019Hasta hace más bien poco, no conocía el cante “jondo” del flamenco.
Cuando empecé a escucharlo, en el espacio adecuado, me asombró algo que no identificaba bien.
No podía hacer comparaciones con ningún tipo de cante que yo conocía.
¿Por qué?.
Finalmente, y en mi caso particular, identificaba que ese cante realizaba unos recorridos desde el aire inspirado, que no respondían a los cantos clásicos, ni los más cultos y elitistas.
Unos recorridos donde los tonos se rompían, silenciaban y retornaban, todos desde el mismo volumen inspirado.
Como si desde la acción del “cantaor”, éste se dispusiese a recorrer caminos “inexplorados”, como sí, desde la geografía de sus pulmones, se pusiera a disposición de una aventura…..sin objetivo final…o con el único posible…
De hecho, y eso también me llamaba mucho la atención, algunos de los denominados “palos”, parece que tienen una parte cuyo abordaje tiene el calificativo de “valiente”.
Me impresionaba.
Un cante que se hace, parece, en la noche, primordialmente, delante de llamas de una hoguera y a la luz de una luna atenta, tuteladora…quizás amorosa.
Cantes no abiertos a los “profanos”.
Seguramente aún no sigan abiertos, en su totalidad, a todo el mundo.
Hasta hace también muy poco, y con la ayuda de unas clases generosamente impartidas por una querida y veterana médico, cirujana ella, no descubrí que la organización de nuestra fisiología se asemeja, o más bien, en realidad, configuran lo que podríamos denominar como verdaderos laberintos.
Y son varios.
Uno, por ejemplo, que a groso modo, en su distribución, supondrían siete, sería el correspondiente al aparato circulatorio.
Hay una dimensión, aún incipiente en su descubrimiento, totalmente nueva para nuestra cultura actual, del hombre y su estructura visible y la que no lo es tanto.
“Las coronarias abrazan y unen los dos corazones”.
Algún día la fisiología se explicará de otra manera.
Quizás también, algún día, los parques de a-tracciones, no servirán para la dis-tracción, servirán, a lo mejor, para otra cosa, ….pero solo….algún día.
Eolo
23 agosto, 2019La excitación extrema de los sentidos mediante artilugios y mecanicismos, más allá de la lógica de su utilización, viene a demostrar la posibilidad (¿y necesidad?) de obtener saltos de consciencia cuando el control interno racional salta por los aires.
Estas experiencias de descontrol, en el fondo apalabrado con la faceta cerebral de control, tan íntimamente ligada a la supervivencia, si está supervisada por los poderes, no deja de ser un simple juego experiencial que no suele pasar de la risa y la alteración lúdica momentánea. Y suele acabar produciendo el efecto contrario al institnto último de volar, si bien deja una impronta en las mentes infantiles de la que se desconocen sus efectos finales.
Mucho mejor son los columpios, que pese al mal de los toboganes, mecen con elegancia los cuerpos y los cabellos para sondar el aire con la finitud que impone el cansancio o el tiempo, revelándose como limitación en cuanto tus pies vuelven a tocar el suelo.