Párrafo 20.26
20.26 «Eran tiempos en que se escondía a los vivos cercanos a la frontera del tiempo, se guardaba a los niños y se desterraba a los viejos como fuerzas negativas que dificultaban la supervivencia irresponsable, era la crisis de la prepotencia que invita a quedarse en una infancia demasiado prolongada.»
COMENTARIO DE EL AVENTURERO
Tras leer este párrafo aparece una sensación agridulce de sentimientos dispares entre la desesperanza, la frustración y la pena. Pero, por otro lado, nace también un espíritu de rebeldía que se resiste a aceptar como única forma de convivencia la crueldad de este modelo que, precisamente, nos niega el compartir entre personas los momentos quizá más cruciales de la vida: aquellos que por uno u otro extremo se acercan a la frontera de nuestro origen y destino como seres humanos, aquellos donde esa cruz cobra su real significado: el de ser cruce de los dos planos para dar lugar a un tercero. Situado sobre la figura humana, la cruz se da en el centro de personalidad de aire, allí donde se gesta la emoción para convertirse en fuerza creadora, en Amor.
Esta sociedad, la nuestra, nos crea necesidades falsas desde un discurso de falsa libertad, donde lo único que importa es saberse dueño de la propia evasión y donde confundimos la búsqueda individual con el egocentrismo exacerbado, cuya careta de humilde modestia necesita una y otra vez la aprobación y el aplauso de los otros. Esos otros a los que normalmente consideramos “los demás” (o sea, los que están de más, y no conmigo). Si después de las recientes experiencias de aislamiento no hemos aprendido que estar juntos es esencial y no prescindible, pues nos revitaliza…, si aún no comprendemos que la energía humana necesita de otras energías humanas para alimentarse, desarrollarse, expandirse y trascender…, si creemos que morir ancianos y solos, es mejor que morir con menos edad, pero llenos de ganas de vivir y rodeados de seres queridos, algo estamos confundiendo en cuanto al fin último de nuestro paso por el mundo de la materia. Algo estamos entendiendo mal si creemos que no pasa nada en los primeros años de nuestra vida —periodo donde se asientan las memorias senso-emocionales que servirán de pilares a la construcción futura de nuestra capacidad de consciencia e intelecto—, o si consideramos que no es relevante el hecho de pasar ocho horas en un centro escolar lejos de nuestro entorno cercano, de la energía y vibraciones de los seres de los que aún guardamos la memoria energética y cuya genética nos configura. Quizá merezca la pena revisar nuestro orden de prioridades y valores, sin que eso suponga dar un paso a atrás en el impulso de la libertad personal.
Desde esta situación, sólo nos queda soñar aquellos nuevos horizontes que señala el autor. Inventar una forma de coexistencia en el tiempo que ayude a impulsarnos los unos a los otros, que nos haga entender como un privilegio acompañar en el camino sin ser el primero necesariamente, observar y estar a disposición de las necesidades del otro. ¿Significa esto un sacrificio? Ojalá fuéramos capaces de vivirlo de ese modo llegada la circunstancia, pues nada habría más hermoso que hacer sagrado un momento aparentemente mundano, cotidiano, o sin grandes ecos de grandeza, o incluso de alguna manera poco agradable o dificultoso. Quizá sea precisamente en esos momentos sutiles, donde la atención se afina, cuando descubramos las verdades más profundas y acordes a nuestra naturaleza. Algo así como convertir la quietud en aventura. La velocidad se traslada a otro rincón del pensamiento, del sentimiento, de las células, y nuestra sangre se sacraliza.
Quizá los verdaderos pilares de una sociedad deban ser precisamente los niños, portadores y referentes de futuro, los viejos, transmisores de experiencia y merecedores del cuidado a su momento vital, y los poetas y sabios transmisores del conocimiento, maestros en el descubrimiento de nuestro propio destino. O dicho de otro modo, quizá las personas adultas, en esa edad, debamos servir de pilar y sostén. En el soñar de un nuevo horizonte, todos compartiremos el pan y el vino.
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3 Comentarios
Panacea
19 abril, 2022En este capítulo, a través de Prometeo se nos pone de relieve el desarrollo humano como raza, la situación actual de la humanidad como tal. Es nuestro tiempo. Hemos logrado, después de muchas vicisitudes, alcanzar un modelo de vida se supone «feliz», donde pocos tienen cabida y según:
Al sabio, conocedor de misterios y cercano a la frontera del tiempo, se le aparta, es minoría a excluir, cuando no se le hace desaparecer, porque puede ser un elemento desestabilizador. El desarrollo de la inteligencia, la invitación a otros planteamientos que puedan avivar las mentes y sacarlas del estado de hibernación pasiva que tanto ha costado afianzar, no interesa alterarlo mediante actitudes críticas y rebeldes que cuestionen lo ya bien atado y, si se puede, para siempre.
Los niños. Bebedores intensivos en su primera etapa de vida y cuando adquieren sus mayores referentes, como nos dice el párrafo se les guarda en guarderías. Será por necesidad, por falta de estructura colectiva que anime a más modalidades; una solución proyectada desde el individualismo; por soledad, por inercia, libertad mal entendida… Llamémosle equis. Seres altamente vulnerables, desprotegidos, que empiezan su andadura, donde el calor emocional, la atención prioritaria y continuamente demandada por ellos en su necesidad de ser protagonistas, debería estar garantizada como primicia asistencial, sabedores, como ya somos muy conscientes hoy en día, de que un buen basamento al comienzo de la vida faculta al ser adulto del mañana de una plenitud, de una fortaleza interior y equilibrio difícil de emular cuando no se ha tenido.
Los viejos. ¿Qué valoración se les puede dar cuando cada vez son más dependientes de otros y no se aprecia el recorrido que ya han hecho y la sabiduría de haber aprendido a fracasar y volver a empezar? Toda una experiencia para recoger la antorcha con admiración y con la cuenta atrás que ya pende sobre sus cabezas. Poco tiempo queda, mucho recorrido ya hecho y, sin embargo, ¡qué poca capacidad de miras se tiene!
¿Y cómo no va a haber infantilismo y falta de madurez? Es imposible otro estado. Hasta que uno no se mire a su propio espejo y tenga la valentía de verse de frente, con sus carencias y la cantidad de años que nos hemos pasado sorteando dificultades, ¿qué otra situación podría darse?
Se nos ofrece una carrera contrarreloj donde poder crecer por encima de los demás, donde el fin justifica los medios y donde hace falta, ciertamente, fuertes fracasos para detenernos y mirar qué estamos haciendo y hacia dónde vamos. Cuando se puede reflexionar y modificar, bien vamos; cuando no, mucho mundo de mentira y sufrimiento nos espera.
Loli
21 abril, 2022Quizás Teseo no saliese “triunfante” del Laberinto.
Quizás Ariadna no le hiciese ningún favor dándole un hilo para que pudiera volver de él, recorriendo el mismo sendero de “ida”.
Quizás Teseo lo único que hizo al llegar al centro de ese Laberinto fuese matar al Minotauro, sí, pero al suyo, al que llevaba dentro.
Al que le indicó el verdadero camino de salida: la evolución de la consciencia personal a la transpersonal: volando.
Así, volvió por el mismo sitio, pero luego tuvo que recorrer otras sendas, otros laberintos que le devolvieran ante la misma perspectiva, a buscar a su Minotauro muerto y tratar de resucitarlo…. y Ariadna lo pagó, se olvidó de ella y la traicionó.
Parece que en nuestras sociedades vivimos con el “hilo de Ariadna” atado a nuestra cintura, a nuestros pies y a nuestras gargantas en cuanto la biología lo va permitiendo.
El niño nace con la conciencia, que no la “consciencia”, del pasado más inmediato, y del futuro más lejano.
Su crecimiento y supervivencia depende de la interacción con los adultos, con sus padres.
Pero la consciencia del adulto también precisa de la memoria del niño.
El anciano empieza a buscar cosas en sí mismo y no tanto del mundo exterior.
Es su pasado lejano y el futuro inmediato el que parece cobrar más importancia.
El anciano puede hablarnos del futuro.
Pero se lo prohibimos.
El hilo de Ariadna pretende atarlo a ese pasado lejano y alejarle del futuro.
El hilo al que estamos todos atados por “consenso” y el “bien común” de nuestros “egos”.
Irremediablemente, del Laberinto, salimos volando, me parece.
Eso sí, prácticamente la mayoría, seguramente, perdidos en la inconsciencia de Tánatos.
Alicia
23 abril, 2022A veces lo pienso, cuando estoy triste. Entonces pienso en la muerte, pero no para desearla; no para desearla sino para decirle “no chata, que justo ahora me viene muy mal”, porque siento, sin poder evitarlo, que sería un enorme fracaso, una terrible y vergonzosa humillación, morir en un momento gris, sin brillo.
Y se lo pido siempre “sorpréndeme, por favor, cuando esté muy bien”.
No lo sé expresar mejor, o, por lo menos, menos mal.
Vamos que, y por resumir, pienso que el mayor logro de la vida es estar siendo plenamente feliz en la última mini milésima del del último instante de vida.
Aunque, claro, y desde luego y por supuesto, tampoco le voy a hacer ascos ni remilgos a esa plenitud si, por ventura, tiene a bien instalarse en mí desde ya mismo.