Párrafo 11.15

11.15 «Quizá la Humanidad esté lastrada por una historicidad psíquica que ha contaminado de impostura gran parte de los comportamientos que aparecen como normales. Tener capacidad simbólica facilita poder ser manipulado por los símbolos o los contenidos de las palabras; puede que la mayoría se implique de forma mimética en esa manipulación, como si les hubiera tocado seguir el rastro de la lámpara en la procesión de la noche oscura».

COMENTARIO DE EL AVENTURERO

Desde el punto de vista de lo personal, esa bienaventurada y milagrosa capacidad que tenemos los humanos para dotar de significados abstractos ciertas formas y sonidos, de convertir en signos las cosas y los modos, y de interpretarlos racional y emocionalmente más allá de lo meramente tangible, tiene, como explica el texto, sus compromisos. Podemos ser pastoreados, podemos dejarnos atrapar por interpretaciones y lecturas simplistas e interesadas, quizá posibilitadas por el mal uso de ese poder que tiene nuestra mente de acumular memorias resabiadas y por cierta vieja tendencia a la comodidad de preferir lo malo conocido a lo bueno por conocer. Negarnos a la permanente aventura del pensamiento.

En lo social, o incluso en lo político, estamos hartos de oír y leer aquello de que el pueblo que no conoce su Historia está condenado a repetirla. Frase que queda muy bien en general, que supuestamente nos hace meditar acerca de lo sucedido en generaciones anteriores a la nuestra, pero que llega a parecer un eslogan publicitario cuando surge de la boca del profesor de Historia de cualquier instituto de enseñanza secundaria. Y sin embargo es justamente al revés: se empeñan en enseñar la Historia de tal modo, con tanta parcialidad y favoritismo, con tanta falta de real ecuanimidad, que están inoculando en la ciudadanía, desde su más tierna infancia, las ansias de repetirla. ¿Con el propósito de corregirla? ¿Con anhelos de venganza? ¿Para conjurar el miedo a que se repita, con lo que la reincidencia del modelo está servida? Esto es así desde tiempos inmemoriales y en cada uno de los rincones del planeta, mera e inevitable consecuencia de la pretensión de una identidad nacional o tribal.

La gran impostura de la identidad grupal, que siempre se ha fabricado a base de mitos, leyendas, cánticos, danzas y representaciones rituales… y que ahora se ha llegado a sofisticar tanto que se recrea y se amplifica, con nuevos barnices cientificistas, dentro de los pétreos muros de las Universidades.

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2 Comentarios

  1. Loli
    15 septiembre, 2016

    Quizás la propia frase de «el pueblo que no conoce su Historia, está condenado a repetirla», guarda ya, en sí misma, una trampa importante.

    Porque seguramente ningún pueblo puede atribuirse un devenir propio e intransferible que no se encuentre ligado al movimiento, cruce y desarrollo del resto de los pueblos. Su Historia, sería la Historia de todos, y las fuentes para conocerlas, son muchas, variadas, y no todas accesibles en muchos aspectos.

    Conocer «La Historia»…es admitir la ignorancia existente aún, respecto a los múltiples matices, cruces, desplazamientos, intercambios, rastros, imposiciones, omisiones y destrucciones que han acompañado el camino de la humanidad.

    No asumir que los mitos, símbolos, leyendas, cuentos y folklore que tanto nos atraen, como narrativa misteriosa que parece reunirnos en grupos especiales ajenos unos a otros, puedan constituir, en realidad, raíces y caminos que nos demostrarían lo equivocados que pudiéramos estar en cuanto a que mantenemos «singularidades blindadas» , a lo considerado como «culturas propias de un lugar», es tanto como, quizás, no asumir, que la mayor parte de nuestro comportamiento, de nuestra forma de pensar, de aplicar nuestras conjeturas y la denominada «personalidad» en nuestra relación, con el entorno, y con nosotros mismos, no corresponde más que a lo mejor, en una parte pequeñísima, a nuestra singularidad más profunda, y que el resto puede estar sometido a una fuerte inducción educativa y social, que hemos confundido como «nuestra» y «real», sin posibilidad de rastrear más matices, de buscar «sorpresas», aunque intuyamos que existen.

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  2. Mandrágora
    16 septiembre, 2016

    Hablando en cierto momento con una persona dedicada a escribir guiones para televisión, me relataba la condición previa a la que tenía que sujetarse, y era que el final del episodio tenía que presentarse de forma más o menos encubierta pero dejando abierta la suposición, algo se esperaba; algo así como garantizar el éxito desde una capacidad de sorpresa medida, calculada, porque de lo contrario crearía rechazo.

    Viene esto al hilo de la forma habitual de proceder donde, desde el adiestramiento primero en la escuela y luego todo el reguero de normativas en las que nos movemos, hace que la capacidad de sorpresa, de novedad y de enriquecimiento en que debería basarse la vida cotidiana por lo que cada uno puede ofrecer, quede desvirtuada y melancólicamente tediosa al saber casi de antemano cuál va a ser la respuesta o la forma de actuar ante situaciones presentadas. ¡No es posible que haya las mismas corrientes de opinión con personajes tan variopintos! Esto que resulta tan civilizado y que en algunos países lo pregonan como vanagloria, no deja de entrañar sujeción a la norma por encima de la individualidad y peculiaridad de cada uno. Se nos administran aplausos, triunfos y aleccionamientos en pos de una postura, y se censura, condena y margina lo contrario a lo estipulado, siempre con la conseja de quien se supone que lo dicta porque lo tiene claro. Ni está claro ni el que lo estipula tampoco lo tiene claro, entre otras cosas porque rara vez se predica con el ejemplo. Y no sé si es peor.

    ¿Qué pasaría si desoyendo los reiterados mensajes que alimentan nuestro código de conducta y debilitando cada vez más los ya aprendidos y los que por asunción desde nuestra tierna infancia ni se cuestionan, si, por el contrario, se tendiera a fortalecer tu propia ley interior para acercarse cada vez más a una forma de vivir en consonancia con lo que se aspira a ser? Seguramente el rechazo y la descalificación serían fulminantes. Pero también cabe alimentar ese anhelo que todos llevamos y que nos asemeja, de ser cada vez más libres y vivir en consonancia con lo que creemos se debe hacer; es ese espejo en el que todos nos vemos y te permite reconocer que no somos lo que nos han enseñado, sino mucho más y a veces muy diferente. El reto sería cómo llevarlo a cabo sin crear rupturas estériles ni fundamentalismos.

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